La sociedad ha cambiado mucho más de lo que a simple vista podemos percibir. Cada vez las mujeres estamos más preparadas, llegamos a cargos más altos y tenemos más roles de responsabilidad dentro de las organizaciones.
Nos educamos y preparamos para asumir retos profesionales, anhelando y persiguiendo las mismas metas profesionales que los hombres. Nuestros inicios son los mismos, de hecho, viendo las estadísticas, las universidades gradúan tantas mujeres como hombres y al inicio de la carrera profesional está equidad (paridad) se mantiene relativamente estable hacia el 50/50. Sin embargo, hay un momento disruptor para las mujeres; la decisión de ser madres.
Un cambio de vida radical
La necesidad de cuidar, amamantar y estar ahí para nuestros hijos hace que la perspectiva de vida y que las prioridades se rebalancean, haciendo que en muchos casos las mujeres decidamos poner más énfasis en la crianza y dejar de lado, al menos por un tiempo, el crecimiento profesional que veníamos persiguiendo. Pero ¿por qué decidimos poner en pausa nuestro crecimiento profesional? Esto sucede por la errónea concepción que la crianza es exclusiva de la mujer y el peso cultural de la famosa frase: “madre solo hay una”.
Así es, madre solo hay una, pero padre también. La crianza no es exclusiva de las mujeres y es acá en donde el rol de la pareja se vuelve fundamental. Vivimos en una sociedad en donde los roles están muy instaurados en nuestra psiquis: la mujer es “la cuidadora primaria” y el hombre es “el proveedor”. Es por esto que las mujeres no solo tenemos que trabajar, sino que también cuidar a nuestros hijos y a nuestros padres mayores, es decir trabajar, producir, cuidar y ser esposas.
En mi opinión la clave para ser mamás y profesionales exitosas se basa en dos ejes centrales:
- Hacer las paces con nuestro estilo de maternidad
- Tener acuerdos familiares claros desde el principio.
El primero hace referencia a que la maternidad no es estándar. No todas somos las mismas mamás ni tenemos el mismo estilo. Compararse con la propia madre, la amiga, la vecina, solo daña nuestra autoestima y trae consigo una sensación de culpa que seguramente nunca se irá. Todas somos diferentes, pero todas tenemos en común que hacemos lo mejor que podemos.
Por otro lado, los acuerdos familiares claros desde el inicio hace que la relación de pareja sea más equilibrada y no se base solo en el amor. Claramente, el amor es el principal ingrediente de un hogar, pero también lo es la equidad, la transparencia y el apoyo entre los cónyugues.
Distribuirse las tareas de la crianza y la carga económica es un gran aliado de la felicidad. Un hogar en donde la crianza está repartida y tanto el hombre como la mujer podamos perseguir nuestras metas personales y profesionales, será un hogar más feliz en donde nuestros hijos podrán crecer con arquetipos sanos que les permitirán afrontar la vida con otra perspectiva. Un desequilibrio en este acuerdo familiar lleva a que las mujeres tengamos que elegir entre ser madres o profesionales exitosas, cosa que no debería seguir ocurriendo.
Ana María Giraldo
Managing Director de Finanzas Corporativas en Credicorp Capital